Escondido en los repliegues inconscientes de mi inconstancia natural, me muevo imperceptiblemente.
Me adapto a la contingencia, al avatar insípido de mi congestión. Soy porque no tengo otro remedio que ser. Avanzo con pie de plomo, con la cautela que me propone el miedo. Mi piel plástica me impermeabiliza contra el drama torrencial. Transpiro para adentro, me encarno, me arrepollo, me envuelvo en posición fetal. Y espero, como siempre lo hago: atento, dispuesto a probar la cobardía que arrastro como una cola muerta.
Hay algo del afuera que me convoca. Un polo opuesto que me atrae. Preparo meticulosamente las causas de mi muerte. Los palpitos subcutáneos desbordan mis arterias. Mi corazón bombea la sangre que debo. No soy dueño de nada. Me urge ir al muere. Debo acostar mi cabeza en la pira sacramental. Allá afuera me esperan mis captores. Veo sus ojos de caimán brillar en la noche tensa. Nunca tuve tal sosiego, que el que hoy me penetra. Me ofrezco, no me resisto, ya no tengo necesidad. Estoy desarmado y soy débil. Tan sólo tienen que venirme a buscar. Tendrán que derribar el portón con candado, matar a un perro viejo, abrir esa puerta, y darme lo que merezco.
jueves, 18 de septiembre de 2008
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