viernes, 19 de septiembre de 2008

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Tener fósforos no es lo mismo que no tenerlos cuando uno tiene un cigarrillo en los labios y unas ganas enfermas de pitar. No tener fósforos, no tener encendedor, no tener ganas de pedir prestado aún a costa de morir de necesidad de meterse nicotina en el torrente sanguíneo. O cualquier otra cosa. No tener ganas es casi tan malo como no tener fósforos. No tener ganas de hacer lo que uno debe, o tiene que hacer pero no por capricho o por principios sino por vagancia, por dejadez. No tengo fósforos y no tengo ganas de comprarlos y no tengo ganas de nada o tengo ganas de pocas cosas. Me imagino fumando el cigarrillo y dando pitadas largas lanzando humareda viscosa que se esfuma en la nada y se vuelve humo anónimo, humo invisible, humo incorpóreo. No llamé por teléfono porque estaba adentro y no tenía señal y ahora que estoy afuera, que salí para tener señal y llamar y fumar un cigarrillo no tengo ganas de llamar. Me preocupa no tener ganas, no tener ganas de hacer el esfuerzo aunque sea de tenerlas. Nada es perfecto, me consuelo.

Cuando llamó ayer por la tarde me dio los últimos datos que necesitaba aunque eran pocos. Algunos antecedentes intrascendentes, señas particulares que podrían caberle a, por lo menos, dos o tres millones de personas, no mucho más. O sea, eso y estar en cero era casi igual, casi igual que estar con cigarrillos y no tener fósforos. Quedé en que lo llamaba para pasarle mis honorarios, para cerrar el trato y comenzar pero la llamada se me demoraba en los dedos porque la decisión era no aceptar la propuesta y hacerlo de la manera en que se rechazan las cosas de manera elegante: poniendo una cifra ridículamente alta. Marco el número que había aprendido de memoria y me atiende casi de inmediato. Intercambio de siseos y los números. Muy bien, me dice, empezá ya mismo y cuelga.

Concha de tu madre. La concha de tu madre digo, grito, se da vuelta una mina que pasa por la calle enfundada en un tapado largo y descosido. No tengo ganas de hacer nada y este reverendo concha de su madre me dice que si a una cifra que es para decir que no, y yo tengo que empezar algo que no quiero, algo que no tengo ganas de hacer pero que no puedo rechazar.

Suena el teléfono y leo el mensaje de texto: Pagá o te degüello. Me subo el cuello del saco, meto las manos en los bolsillos y empiezo a caminar. Un tipo me para y me pide fuego.

Concha de tu madre.

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