Me levanto y me vuelvo a caer. Me caigo y me vuelvo a levantar. Qué énfasis innecesario hay en la inercia cotidiana que me pone de cara al día aunque no quiera, aunque ya no quiera nada. Existe en mí una porfía que no me explico. Hay un empero bobo, melancólico, reduccionista, que hace que yo no pueda hacer otra cosa que caerme y levantarme una y otra vez, como si eso sirviera de algo. Estoy juntando los restos putrefactos de aquel que era.
Está por explotar la glándula donde guardo la bilis de mi odio seminal. Pero toda mi indigestión no es más que un pedo atravesado. Eso me lo sé bien. Por eso espero la hora señala, el momento justo, en el que alguien me venga a dar la parte que me toca de todo el asunto. Mañana empiezo a ingresar las minucias con el detalle de los que saben sufrir adecuadamente.
miércoles, 24 de septiembre de 2008
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